lunes, 30 de noviembre de 2009

La adoración del perro Guinefort




Hay que hablar en sexto lugar de las supersticiones ultrajantes, algunas de las cuales por ultrajantes para Dios y otras para el prójimo. Son ultrajantes para Dios las supersticiones quer conceden honores divinos a los demonios o a alguna otra criatura: es lo que hace la idolatría y lo que hacen las miserables mujeres echadoras de suerte, que piden la salvación adorando saúcos o haciéndolos ofrendas: despreciando las iglesias o las reliquias de los santos, llevan a sus hijos a estos saúcos o a hormigueros o a otros objetos a fin de que venga la curación.
Es lo que pasaba recientemente en la diócesis de Lyon donde, cuando yo predicaba contra los sortilegios y oía confesiones, muchas mujeres confesaron que habían llevado a sus hijos a san Guinefort. Y como yo creía que era algún santo, hice mi investigación y supe por fin que se trataba de un perro lebrel que había sido muerto de la siguiente manera.
En la diócesis de Lyon, cerca del pueblo de las monjas llamado Neuville, en la tierra del señor de Villars, ha existido un castillo cuyo señor tenía un hijo de su esposa. Un día, cuando el señor y la dama habían salido de su casa y la nodriza había hecho lo mismo, dejando solo al niño en la cuna, entró una serpiente muy grande en la casa y se dirigió hacia la cuna del niño. Al verlo, el lebrel que había quedado allí, persiguiendo a la serpiente y atacándola bajo la cuna, volcó la cuna y daba mordiscos a la serpiente, que se defendía y mordía a su vez al perro. El perro acabó por matarla y la arrojó lejos de la cuna. Dejó la cuna y también el suelo, su propia garganta y su cabeza inundados de sangre de la serpiente. Maltrecho por la serpiente, se mantenía en pie cerca de la cuna. Cuando entró la nodriza, creyó al verlo que el niño había sido devorado por el perro y lanzó un grito muy fuerte de dolor. Al oírlo la madre del niño acudió a su vez, vio y creyó las mismas cosas y lanzó un grito semejante. Del mismo modo, el caballero, llegando allí a su vez creyó la misma cosa y sacando a su esposa mató al perro. Entonces, al acercarse al niño, lo encontraron sano y salvo durmiendo dulcemente. Intentad comprender, descubrieron la serpiente desgarrada y muerta por los mordiscos del perro. Reconociendo entonces la verdad del hecho y deplorando haber matado tan injustamente a un perro tan útil, lo arrojaron a un pozo situado ante la puerta del castillo, lanzaron sobre él una gran masa de piedras y plantaron al lado árboles en memoria del hecho. Pero el castillo fue destruido por la voluntad divina y la tierra reducida al estado de desierto, abandonada por sus habitantes. Pero los campesinos, al oír hablar de la noble conducta del perro y decir cómo había sido muerto, aunque inocente y por una cosa de la que debió esperar el bien, visitaron el lugar, honraron al perro como a un mártir, le rezaron por sus enfermedades y sus necesidades y algunos fueron víctimas de las seducciones y de las ilusiones del diablo que por este medio empujaba a los hombres al error. Pero sobretodo las mujeres que tenía niños débiles y enfermos los llevaban a este lugar. En un burgo fortificado que distaba una legua de este lugar, iban a buscar a una vieja que les enseñaba la manera ritual de actuar, de hacer ofrendas a los demonios, de invocarlos, y que las conducía a este lugar. Cuando llegaban, ofrecían sal y otras cosas; colgaban en las zarzas de alrededor los pañales del niño; clavaban a un clavo entre los árboles que habían puesto allí; pasaban al niño desnudo entre los troncos de dos árboles: la madre, que estaba a un lado, tenía al niño y lo arrojaba nueves veces a la vieja que estaba del otro lado. Invocando a los demonios, conjuraban a los faunos que estaban en el bosque de Rimite para que tomaran a este niño enfermo y debilitado que era para ellos, según decían; y a su hijo, que habían llevado consigo se lo devolvieran gordo y robusto, sano y salvo. Hecho esto, estas madre infanticidas volvían a tomar a su hijo y lo ponían desnudo al pie del árbol sobre la paja de una cuna y con el fuego que traían consigo encendían a un lado y otro los cabos de dos candelas que medían una pulgada y las fijaban en el tronco por encima. Luego se retiraban hasta que se consumieran las velas, a fin de no oír los vagidos del niño y no verlo. Al consumirse así las candelas quemaron por entero y mataron a varios niños, como lo hemos sabido por muchas personas. Una mujer me contó también que acababa de invocar a los faunos y se retiraba cuando vio a un lobo salir del bosque y acercarse al niño. Si el amor maternal no hubiera forzado su piedad y no hubiera vuelto hacia él el lobo o el diablo bajo su forma,como ella decía, hubiera devorado al niño.
Cuando las madres volvían a su hijo y lo hallaban vivo, lo llevaban a las aguas rápidas de un río próximo llamado Chalaronne, donde lo sumergían nueve veces; si salía de ello y no moría en el momento o poco después, era que tenía vísceras resistentes.
Nos hemos trasladado a aquel lugar, hemos convocado al pueblo de esta tierra y hemos predicado contra todo lo que se ha dicho. Hemos hecho exhumar al perro muerto y cortar el bosque sagrado y lo hemos hecho quemar con los huesos de perro. Y de hecho dar por los señores de la tierra un edicto previniendo la incautación y reventa de los bienes de aquellos que en lo sucesivo afluyan a aquel lugar por tal razón.


Esteban de Borbón (hacia 1180-1261)

Redactado por: Margarita Ramírez

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